En este espacio ya hemos hecho referencia a los tipos de ejercicios en su sentido más amplio. Esta vez es el turno de centrarnos en los ejercicios físicos: es decir, en las actividades que implican el movimiento del cuerpo y que permiten cuidar la salud y mejorar las condiciones orgánicas.
De acuerdo al uso de oxígeno durante la actividad, es posible diferenciar entre dos tipos de ejercicios físicos: los ejercicios físicos aeróbicos y los ejercicios físicos anaeróbicos. Los ejercicios aeróbicos son aquellos que requieren del oxígeno de la respiración para su realización, como la acción de trotar, correr o andar en bicicleta. Estos ejercicios apuntan a incrementar la resistencia del sujeto.
Los ejercicios anaeróbicos, por su parte, no apuntan a la resistencia, sino al uso de mucha fuerza en instantes breves. Por eso, en lugar del oxígeno que se obtiene al respirar, utilizan los reservorios energéticos de los músculos. Cuando una persona levanta una pesa, realiza un ejercicio anaeróbico.
En un sentido similar, se puede distinguir entre los ejercicios de fuerza y los ejercicios de resistencia. En el primer caso, la persona aplica una gran cantidad de fuerza en poco tiempo: son ejercicios intensos pero de corta duración. Los ejercicios de resistencia, en cambio, se desarrollan en un tiempo mucho más prolongado pero son menos intensos.
Según la masa muscular que se ejercita, además, podemos encontrar otros tipos de ejercicios físicos: ejercicios localizados (aquellos que tienden al desarrollo de los músculos de las piernas, por ejemplo), ejercicios regionales (los que permiten trabajar el tronco y los brazos) o ejercicios globales (generan efectos de amplio alcance en el organismo, como la natación).