Imposible hacer referencia al calor y no recordar las temperaturas típicas del verano, marcas elevadas en el termómetro que nos obligan a llevar ropa fresca, a poner en funcionamiento ventiladores y aires acondicionados y a tomar mucho líquido para no deshidratarnos ni sufrir un golpe de calor.
Claro que esta palabra también se utiliza en otros contextos para identificar cuestiones diferentes: por eso en esta oportunidad detallaremos cómo se clasifica el calor de acuerdo a la interpretación que se le da en cada ocasión.
Los expertos en Física, por ejemplo, definen como “calor atómico” a la cantidad que un elemento químico requiere por átomo gramo para lograr elevar su temperatura un grado centígrado. También emplean la idea de “calor específico” para aludir a la cantidad de calor que demanda una cierta sustancia por unidad de masa para aumentar su temperatura y hablan de “calor específico molar” si se refieren a la conformación interna de la sustancia a nivel molecular. Asimismo, hablan de “calor latente” frente a aquel que se destina a los procesos de transformación de estado de una materia.
El calor corporal, por otra parte, está asociado a la capacidad de un cuerpo para regular su temperatura, mientras que se describe como “calor negro” al que generan los radiadores eléctricos.
El calor húmedo, en cambio, se obtiene a partir de un procedimiento térmico que permite esterilizar objetos y matar microorganismos aprovechando el hervor del agua. Distinto es el caso del calor seco, un método que también tiene como fin la esterilización pero a través del aire caliente o el uso directo de llamas o fuentes de calor.