A lo largo de nuestra vida, independientemente de la edad que tengamos y a qué nos dediquemos en cada momento, los seres humanos realizamos múltiples clases de tareas.
Durante nuestra época estudiantil, por ejemplo, cumplimos los deberes que los maestros nos encargan para el día siguiente, es decir, tenemos tarea para el hogar. Ya al crecer y tener responsabilidades, el destino puede llevarnos a realizar tareas administrativas, desarrollar tareas de carácter solidario, tener un trabajo de alto riesgo (y llevar a cabo en ese contexto tareas en altura, tareas con materiales o elementos peligrosos, tareas que nos expongan a sufrir accidentes o a entrar en contacto con sustancias o productos que pongan en peligro nuestra salud o nuestra vida) o a sacrificarnos con tareas insalubres, por mencionar algunas alternativas.
Como se advierte al repasar la amplia variedad de alternativas que contempla esta noción, todos llevamos a cabo tareas, algunas más arduas que otras pero, en definitiva, todas son labores que exigen compromiso y atención.
Las amas de casa, por describir el caso más común, hacen tareas de limpieza, se esfuerzan para conservar el orden en el hogar, se ocupan de la cocina, etc. Por otra parte, para lograr extender la vida útil de estructuras y dispositivos así como también para garantizar que siempre estén en buen estado y funcionen bien, se suelen encomendar a ciertos trabajadores que dispongan de los conocimientos adecuados tareas de mantenimiento de, por ejemplo, puentes, ascensores, ordenadores, vehículos, maquinarias, piscinas, circuitos eléctricos o jardines, por indicar algunas referencias.