La Real Academia Española define a inteligencia (un término que deriva del latín intelligentĭa) como la capacidad de entender, de comprender y de resolver diversas clases de problemas.
Esta habilidad que favorece al raciocinio, al aprendizaje y a la comunicación guarda relación con la percepción y la memoria, dos procesos que permiten, respectivamente, recibir y almacenar información.
En torno a la inteligencia, los expertos que se dedican a estudiarla para obtener mayores precisiones sobre sus características y alcances, han establecido numerosas teorías y clasificaciones.
El psicólogo Howard Gardner, por ejemplo, desarrolló la denominada Teoría de las Inteligencias Múltiples, un modelo que propone analizar a esta capacidad por sectores. Así, entonces, se plantea abordar la inteligencia lingüística (la cual es fácil de apreciar en los escritores), la inteligencia lógica-matemática (fundamental para científicos), la inteligencia musical (talento de músicos, cantantes y bailarines), la inteligencia espacial (útil para aquellos que se dedican a la arquitectura y la ingeniería), la inteligencia corporal-cinestésica (capacidad sobresaliente de actores, mimos y deportistas), la inteligencia interpersonal (habitual en políticos, profesores o vendedores) e intrapersonal (asociada a las emociones, por lo tanto contribuye al desempeño de quienes exploran las ciencias psicológicas) y la inteligencia naturalista (la más desarrollada por biólogos y naturalistas).
Su colega Robert J. Sternberg, en cambio, estableció sólo tres categorías: la de inteligencia componencial-analítica, la inteligencia experiencial-creativa y la contextual-práctica.
Claro que, a lo largo del tiempo, también surgieron y fueron consideradas como válidas otras clasificaciones, entre las cuales se pueden destacar a las de inteligencia primaria, inteligencia humana, inteligencia colaborativa, inteligencia colectiva, inteligencia sanitaria e inteligencia artificial.