Algo que ha sido falsificado, adulterado o imitado es producto de un acto de falsificación.
Con frecuencia, gracias a allanamientos e investigaciones se logran descubrir y frustrar muchas operaciones delictivas basadas en la falsificación, logrando llevar ante la Justicia a los involucrados en dichos hechos.
Así como hay quienes realizan falsificación de pruebas para perjudicar o ayudar a alguien (para acusar a una persona por algo que no hizo o bien intentar demostrar su inocencia a través de evidencias adulteradas), otros cometen el delito de falsificación de documentos, ya sean públicos o privados. En este último caso se han descubierto, entre muchas otras cuestiones, documentación falsificada para procesos de adopción y documentos de identidad para cometer estafas en nombre de otro.
La falsificación de la moneda (es decir, imprimir billetes falsos o generar monedas no auténticas), en tanto, es otro procedimiento para llevar adelante un fraude. La falsificación de libros es otra acción que provoca perjuicios, en este caso al rubro editorial y al trabajo de los escritores.
Es importante tener presente que la falsificación puede afectar a todos los ámbitos. A lo largo de la Historia, además de las operaciones citadas en los párrafos anteriores, se han detectado falsificaciones de obras de arte (imitaciones de cuadros que se comercializaron como si fueran pinturas legítimas) y falsificaciones de marcas, un delito cada vez más extendido en el mundo. Quienes se dedican a estas actividades imitan productos (calzados, indumentaria, accesorios) y en ocasiones hasta los identifican con etiquetas de marcas verdaderas, mientras que en otras circunstancias reproducen logos, palabras o tipografías con modificaciones mínimas para confundir a los consumidores. Dentro de este negocio, basta con eliminar la ‘s’ de Adidas o imprimir sobre una prenda ‘Nikke’ en vez de Nike para llevar adelante la falsificación.