El acto y consecuencia de corroer, según se desprende de la teoría, se conoce como corrosión. Interpretada por expertos en Química, esta noción describe al deterioro paulatino que los elementos metálicos evidencian por influencias externas, pierdan o no su formato original.
El tema es interesante porque existen numerosas modalidades de corrosión: para aprender más al respecto y saber qué diferencias hay entre una y otra, nada mejor que prestar atención a los párrafos siguientes.
Si bien a nivel general la clase más común es la corrosión química, también es posible encontrar objetos dañados a raíz de la corrosión electroquímica. En este marco, podemos hallar piezas perjudicadas por la corrosión por oxígeno (propia de elementos o superficies con exposición al oxígeno diatómico que se halla disuelto en el aire o en el agua y sometidos a altas presiones y/o temperaturas, como ocurre con una caldera de vapor) o por la corrosión microbiológica (generada por microorganismos que corroen superficies metálicas que quedan bajo el agua), así como productos afectados por la corrosión derivada de presiones parciales de oxígeno y por la corrosión galvánica.
Al examinar la destrucción del acero inoxidable, por otra parte, es posible determinar casos de corrosión intergranular, un fenómeno que lleva al acero a perder sus propiedades anticorrosivas.
Más allá de las variedades señaladas líneas arriba, hay también corrosiones por heterogeneidad de los materiales (como consecuencia de aleaciones imperfectas) y corrosiones por aireaciones superficiales (fenómeno que suele conocerse como Efecto Evans, ocurre en espacios húmedos y sucios), por enumerar otras alternativas a modo de referencia.