Alguien que contrae una enfermedad infecciosa suele tener, entre otros síntomas, fiebre (también llamada “temperatura”). Los expertos en cuestiones meteorológicas, asimismo, utilizan la idea de temperatura, una magnitud que al igual que la fiebre se mide con un termómetro.
Como resulta evidente, hay varias interpretaciones de esta palabra de origen latino y es interesante hacer foco en cada una de sus definiciones para mejorar nuestro vocabulario y poder emplear el término en el contexto adecuado para cada circunstancia.
Si utilizamos el sentido del tacto, al tomar un objeto con nuestras manos podemos determinar si tiene una temperatura bajo cero (un alimento congelado), una temperatura fría (una botella que sacamos de la heladera, por ejemplo), una temperatura templada o bien una temperatura elevada (una fuente recién sacada del horno).
Asimismo, al consultar el pronóstico del tiempo podemos saber, de manera aproximada, cuál será la temperatura máxima y la temperatura mínima de cada ciudad de acuerdo a la estación del año en la cual se enmarque cada lugar. Por ejemplo: en invierno es común que en gran parte del mundo haya temperaturas bajo cero, mientras que en verano las altas temperaturas sofocan a habitantes de numerosos rincones del planeta.
De buscar más precisiones con instrumentos de medida bien calibrados, entonces podremos diferenciar entre temperaturas relativas y temperaturas absolutas. Valiéndonos de diversos termómetros también podemos saber la temperatura seca del aire, la temperatura de bulbo húmedo y la temperatura radiante.
Otras clases de temperatura que diversifican al concepto: temperatura empírica, temperatura basal, temperatura de color, temperatura potencial, temperatura efectiva, temperatura de fusión.