Se conoce como sabio a quien tiene sabiduría. ¿Qué quiere decir esto? Pues que ha alcanzado el nivel más profundo de conocimiento en una determinada disciplina o asunto o bien que sabe conducirse con razón y prudencia tanto en el plano personal como en el profesional.
Cuando se habla de “sabiduría eterna”, por citar una posibilidad, se busca hacer foco en la idea religiosa que indica que el Ser Supremo o Dios encarna esa sabiduría ilimitada y perpetua a través de la cual todo se comprende y se acepta. En cambio, al aludir a la sabiduría diferenciadora se pretende marcar la capacidad humana para distinguir lo real frente a lo falso.
Asimismo, existe la sabiduría absoluta (aquella lograda con intuición y conocimientos hiperconscientes), la sabiduría igualadora (que brinda la posibilidad de percibir desde sutilezas hasta información directa y concreta) y la sabiduría transparente (con la cual se aprende de manera directa y se obtiene un saber puro). En otros contextos, además, se diferencia entre la sabiduría inferior (variable que indica cuántos conocimientos atesora alguien) y la sabiduría superior (categoría que engloba a la conciencia que el individuo tiene acerca de todo lo que ha aprendido).
Cabe resaltar por otra parte que la noción fue desarrollada también por James Surowiecki en su libro titulado “Sabiduría de los Grupos: Por qué los muchos son más inteligentes que los pocos y cómo la sabiduría colectiva da forma a los negocios, economía, sociedades y naciones”. En ese marco, se hace alusión a la sabiduría de las masas, un saber que, desde la perspectiva del autor, se respalda en la coordinación, la cooperación y la cognición logradas por grupos de personas.