En numerosos rincones del planeta, como sabrán, tenemos la posibilidad de contemplar ríos de distintas características. Estas corrientes naturales de agua pueden tener diversos caudales y desembocar en lagos o mares, por eso forman paisajes diferentes y se distinguen del resto en función de las particularidades que posean.
A la hora de estudiarlos, surgen propiedades y detalles que permiten clasificarlos en múltiples categorías para facilitar su reconocimiento, algunas de las cuales pasaremos a describir a continuación.
Según la actividad que reflejen, por ejemplo, se puede distinguir entre ríos perennes (aquellos que se encuentran en zonas de lluvias frecuentes y no experimentan variaciones significativas durante el transcurso del año), ríos estacionales (corrientes típicas de áreas con clima mediterráneo), ríos transitorios (tal como se define a aquellos que surgen de manera abrupta como consecuencia de una fuerte tormenta desarrollada en entornos de clima seco o desértico) y ríos alóctonos (por lo general, formados por aguas procedentes de regiones húmedas donde las lluvias son frecuentes).
Su apariencia, en cambio, lleva a diferenciar entre ríos rectilíneos (corrientes sin estabilidad que suelen tener caudales enérgicos y una notoria capacidad erosiva), ríos anastomosados (capaces de adaptar sus corrientes al terreno y a segmentarse en múltiples canales) y ríos meándricos (de canales únicos y propiedades tanto erosivas como sedimentarias).
Cabe resaltar que, más allá de estas clasificaciones, en la vida cotidiana es usual mencionar la expresión “río revuelto” para describir un panorama desordenado o simbolizar con esa imagen la existencia de una situación confusa o caótica. De ahí que surja, por ejemplo, el proverbio que establece que, “a río revuelto, ganancia de pescadores”.