A raíz de la fricción incesante o fuerte de un cuerpo contra una superficie se evidencia en ella una destrucción, degradación o desgaste que se conoce con el nombre de erosión. Este fenómeno que da como resultado una modificación de terreno o relieve se intensifica por los vientos, los cambios de temperatura y la circulación de agua, entre otros factores.

Hay, en la práctica, muchas clases de erosión que se pueden diferenciar entre sí por los agentes que intervienen, las áreas donde se generan y los resultados que poseen.

Si nos centramos en las particularidades de la erosión hídrica (en la cual el agua es clave), por ejemplo, advertiremos la existencia de la erosión glaciar provocada por el desplazamiento de bloques de hielo, así como también la erosión fluvial suscitada en los continentes por el movimiento de aguas superficiales. Asimismo, hay erosiones surgidas por cambios de fase (cuando se congela agua en grietas abiertas en la superficie de una roca, por ejemplo) y erosiones en las franjas costeras.

El viento, por su parte, genera erosión eólica y modela, en este marco, cada lugar en función de las características de la región. En las áreas desérticas, por ejemplo, provoca que se formen figuras o se ondulen las dunas, mientras que en los suelos húmedos y áridos origina leves ondulaciones sobre relieves mayormente planos.

Sobre laderas de montañas, en tanto, se evidencia una erosión gravitacional que depende de la gravedad, así como en el espacio se hace alusión a la erosión espacial para describir a los procesos que influyen, fuera de la atmósfera, sobre un cuerpo que está expuesto a circunstancias y condiciones complejas e inhóspitas.