El concepto de catarata puede relacionarse a un paisaje natural imponente por la fuerza de los saltos de agua o a un trastorno de la vista que, de no ser tratado, puede dejar ciega a la persona. A nivel coloquial, también se aprovecha la noción para describir algo abundante, cargado y rápido, por ejemplo: “Trató de engañar a la gente de seguridad para pasar sin tener que esperar pero recibió una catarata de insultos por parte de los clientes que aguardaban su turno y optó por retirarse”.

Si la analizamos entendiéndola como el problema visual definido como una opacidad del cristalino que impide ver con normalidad y requiere atención y tratamiento oftalmológico, entonces las podremos enmarcar según las características que presenten en múltiples categorías. Hay casos de cataratas congénitas (que, a su vez, pueden ser sin asociaciones sistémicas como la catarata hereditaria aislada o con asociaciones sistémicas producto de alteraciones de carácter metabólico) pero también cuadros que se diagnostican como cataratas adquiridas (el problema más común entre los mayores de 50 años que evidencian pérdida de visión).

Para los saltos de agua, por otra parte, se contemplan expresiones derivadas de las dimensiones, intensidad y ubicación. De acuerdo a los expertos, es apropiado hacer alusión a la idea de catarata cuando la cascada examinada es muy caudalosa y de proporciones considerables. Dentro de este conjunto, por lo tanto, aparecen como referencia las mundialmente conocidas Cataratas del Iguazú (compartidas por Brasil y Argentina), las Cataratas del Niágara (situadas en la frontera entre Canadá y Estados Unidos) y las Cataratas Victoria (entre Zimbabue y Zambia), por señalar algunas.