La afición intensa o vinculación afectiva hacia un ser vivo o un objeto se conoce bajo el nombre de apego.
Esta conducta que se desarrolla entre dos partes y persigue el objetivo de mantener la proximidad con la figura de apego sobre todo ante episodios de tristeza, temor o malestar ha sido analizada, a lo largo del tiempo, bajo distintos criterios. Así, pues, se pudieron establecer categorías para identificar a las diferentes clases de apego y reconocer cada fase de su evolución.
Basados en la técnica de situación extraña que diseñó Mary Ainsworth, los expertos pudieron reconocer cuatro tipos de apego. El primero se denominó apego seguro y se lo asoció al que experimenta la mayoría de los bebés, mientras que el segundo recibe el nombre de apego resistente y se caracteriza por ser una reacción dependiente que se observa, por ejemplo, entre un bebé y su madre cuando los más pequeños intentan mantenerse siempre cerca de su progenitora y exhiben una actitud ambivalente cuando ella, después de marcharse, retoma el contacto con ellos.
El apego evasivo, en cambio, genera que muchos bebés actúen con indiferencia cuando, tras ser separados de su madre, ella reaparece y busca llamar su atención. Este grupo, por lo general, suele tener una personalidad sociable, aunque pueden ignorar a más de un extraño tal como lo hacen con la figura de apego.
Dentro de esta clasificación también está contemplado el apego desorganizado o desorientado, el cual se caracteriza por ser una combinación del apego resistente y el apego evasivo.