Las huellas de animales y personas pueden quedar sobre la arena o en superficies frescas, pero son muchas las clases de rastros, indicios, vestigios o señas que ayudan a darle variedad a la idea de huella.
Las huellas dactilares, por ejemplo, son dejadas por las yemas de los dedos de una persona cuando ella toca un objeto. Para identificar a cada ser humano, estas huellas se tienen en cuenta como parte de la documentación básica personal, por eso suelen cubrir con tinta el dedo índice o el pulgar para conseguir la impresión sobre una cartulina o papel que quede como registro.
Los expertos que trabajan con ADN para diferenciar individuos, por su parte, usan la técnica de la huella genética. Este procedimiento es muy usual en Medicina Forense, además de servir para las pruebas que confirman o descartan la paternidad de alguien, la compatibilidad o incompatibilidad en el marco de la donación de órganos, el reconocimiento de restos humanos, etc.
Distinto es el caso de la llamada huella ecológica, ya que se trata de un indicador que informa sobre el impacto ambiental que la demanda humana de un cierto recurso provoca en relación a la capacidad de la naturaleza de poder regenerarlo en tiempo y forma.
De buscar otros tipos de huella cobrarán relevancia la huella filogenética (fundamental para el método bioinformático), la huella hídrica (para establecer el impacto ambiental de una actividad en relación al volumen de agua utilizado) y la huella peptídica (procedimiento analítico que permite identificar proteínas), entre muchas otras posibilidades que diversifican y amplían a esta noción.