La mano o los labios posados sobre la frente de alguien que se siente mal (como consecuencia de un cuadro repentino o por cursar una enfermedad) pueden ayudar a determinar si el cuerpo levantó temperatura, pero es el termómetro el instrumento específico para establecer si alguien tiene, o no, fiebre.
Cabe destacar que, en el campo de la salud, se conoce como fiebre a un signo de carácter patológico que, además de elevar la temperatura corporal (los resultados varían según el estado del paciente, ya que a veces la variación es mínima pero en otras ocasiones el cuadro puede ser muy grave), genera una respiración agitada y un pulso acelerado.
Las clasificaciones que permiten encuadrar a este fenómeno dan cuenta de la existencia de numerosos tipos de fiebre. Ciertos alérgenos son responsables, por ejemplo, de la fiebre del heno que se llega a desencadenar durante la época primaveral o en el verano, mientras que las mujeres que acaban de ser madres usualmente experimentan, antes de la subida de la leche que les permitirá alimentar a sus hijos, la llamada fiebre láctea.
La fiebre tifoidea, en tanto, está asociada a una infección generada por un microbio que provoca daños en las placas linfáticas del intestino delgado, así como la fiebre palúdica es aquella que se transmite a partir de la picadura de una cierta clase de mosquito y que es originada por un protozoo.
A lo largo de la historia, además, se han registrado casos (y aún pueden aparecer de acuerdo a qué patología se trate) de fiebre mediterránea, fiebre chikungunya, fiebre amarilla, fiebre hemorrágica, fiebre reumática y fiebre aftosa.
El origen y su recurrencia, asimismo, son variables que permiten diferenciar entre fiebre sintomática, fiebre séptica, fiebre aséptica y fiebre recurrente, por mencionar algunas opciones a modo de referencia.