Capilar es una palabra que, por su procedencia latina, se suele asociar en primer lugar con el cabello. Los tratamientos capilares, por ejemplo, apuntan a combatir la calvicie y fortalecer el pelo para evitar su caída.
Claro que, en la práctica, este término también se aprovecha desde el plano de la Anatomía para identificar a cada vaso que forma redes en el interior del organismo al unir la circulación arterial con la venosa y desde la Física para calificar a un fenómeno surgido a partir de la capilaridad.
Los expertos en Medicina, en este contexto, definen como latido capilar a las pulsaciones que se advierten en ciertos vasos capilares a raíz de dolencias puntuales. Respecto a los capilares sanguíneos que permiten el proceso de intercambio de sustancias donde intervienen la sangre y los fluidos cercanos a ella hay que destacar la existencia de dos grandes conjuntos: el de los capilares arteriales y el de los capilares venosos. Al profundizar el tema encontramos además capilares de tipo muscular o continuos, capilares viscerales o fenestrados y capilares sinusoidales.
Más allá de estas clasificaciones, podemos encontrar capilares linfáticos (presentes en todo el organismo con excepción de los tejidos no vasculares y el sistema nervioso central que se encargan de drenar el excedente de fluidos que no han reabsorbido los capilares venosos).
A modo de complemento, resulta interesante señalar que, en el ámbito de la electroquímica, se identifica con el nombre de Capilar de Luggin a un tubo (de plástico o vidrio) que se utiliza en experimentos de corrosión para contener electrolitos.