El concepto de hielo está muy presente en numerosos ámbitos de la vida cotidiana. Algunos suelen apelar a la expresión “romper el hielo” para describir las situaciones descontracturadas que permiten entablar un vínculo cercano sin nerviosismo, formalidad excesiva o vergüenza, por señalar un caso de uso. Otros lo relacionan al título de libros, canciones y/o películas (como “La era del hielo”, por ejemplo). Desde la teoría, en tanto, mucha gente sabe diferenciar a los hielos.
Hay masas de hielo que se acumulan en nuestro planeta formando glaciares (si en ellos se deposita nieve, surge el llamado hielo azul) y hielos permanentes o fijos expandidos a lo largo de una franja costera, pero también cubos pequeños que obtenemos de manera casera a partir del simple hecho de poner agua en el freezer para que se solidifique.
La variedad incluye asimismo al hielo seco (también conocido con la denominación de nieve carbónica), al hielo glaseado (formado cuando en el suelo se precipita lluvia congelada) y al hielo negro (pese a su descripción de tonalidad oscura, es una capa de hielo muy fina, transparente y vidriosa que cubre una superficie al aire libre).
Quienes clasifican a este producto con mayor exactitud, en cambio, distinguen entre hielo Ih (propio del formado en la biosfera terrestre), hielo Ic (cuya densidad aproximada es de 900 kg/m³), hielo II (con densidad cercana a los 1.200 kg/m³), hielo III, hielo V (de baja temperatura y presión alta), hielo VI, hielo VII, hielo VIII, hielo IX y hielo XII, por agregar más referencias sobre el tema.