Las alteraciones intensas y transitorias que experimenta un ser humano en su ánimo a raíz de un determinado estímulo (que puede ser positivo o negativo y desencadenarse por múltiples circunstancias a lo largo de la vida) se conocen como emociones.

Estas reacciones que influyen sobre el comportamiento y la conducta de un individuo de cualquier edad pueden encuadrarse, según su origen y particularidades, en distintas categorías.

Se hace alusión a las emociones primarias o básicas, por ejemplo, cuando se trata de estados que provocan respuestas estandarizadas en la población, como sucede con la felicidad, la tristeza, la ira, el miedo, el asco y la sorpresa, por enumerar las más comunes a modo de referencia.

A partir de estas emociones surgen otros estados de ánimo que condicionan el accionar del individuo. Se trata de un proceso interno imposible de disimular y de evitar que suele definirse como emoción de fondo. En este grupo aparecen el entusiasmo y el desánimo, dos grandes indicadores de cómo está alguien que ha recibido una determinada noticia o atraviesa una situación especial.

Por otro lado se puede distinguir a las emociones sociales, que nacen y se exteriorizan en contacto con otras personas, tal como ocurre con los celos, la admiración, la gratitud o la sensación de vergüenza.

Y desde una perspectiva polarizada, para darle un cierre al tema, tenemos la posibilidad de señalar por un lado emociones positivas (resultado de un estado de bienestar, como la gratitud, la alegría) y, por el otro, emociones negativas (son indeseadas porque generan consecuencias malas para la salud, como el miedo y la ira).