Cuando algo no está bien en nuestra vida o en nuestro cuerpo, es frecuente que experimentemos dolor. Estas sensaciones incómodas que nos hacen sufrir pueden surgir por múltiples razones, tener diferentes intensidades y ser permanentes u ocasionales.

Hay que tener presente que no siempre una enfermedad es el desencadenante de un dolor. Un golpe, un esfuerzo físico o una mala postura, así como la pérdida de un ser querido o una pelea también pueden llegar a generar distintas clases de dolores. También hay dolor localizado cuando se aplican inyecciones, se somete al organismo a una extracción de sangre, etc.

Existen, a grandes rasgos, dos clasificaciones: una agrupa a los dolores físicos (dolor de espalda, dolor de cabeza, dolor de estómago, dolor de garganta) y la otra, a los dolores del alma (de carácter emocional y sentidos de manera interna y abstracta, provocadores de desconsuelo, angustia, congoja, etc). Los animales, por malas prácticas del hombre (los maltratos y la caza, por ejemplo), problemas de salud o accidentes (al ser atropellados o al caerse de cierta altura, por señalar dos posibilidades), también experimentan dolores que hay que saber interpretar para poder darles la asistencia necesaria y revertir el cuadro.

Al profundizar la información sobre los dolores, podemos además diferenciar entre dolores agudos que surgen de repente y no se prolongan durante demasiado tiempo (como un dolor de muelas) y dolores crónicos (se extienden en el tiempo, como ocurre en el marco de una enfermedad terminal). Es interesante mencionar además que, cuando el dolor no se desencadena de modo agudo pero genera molestias constantes, se lo define como dolor sordo.

El análisis de la etiología, asimismo, permite distinguir entre dolores neuropáticos y dolores nociceptivos, así como la localización conduce a las categorizaciones de dolores viscerales y dolores somáticos.