Cada vez que necesitamos planificar una actividad a mediano plazo o chequear qué día cae una fecha en determinado año consultamos un calendario.
Con este nombre identificamos a la estructura de organización donde figura, en un mismo lugar (cartón, papel, programa informático) el paso del tiempo. Se trata de una guía que ordena y segmenta las fechas de acuerdo a los días, meses y años.
Más allá de los calendarios tradicionales que cualquiera de nosotros puede hallar en su propio hogar, espacio de estudio o lugar de trabajo hay calendarios eclesiásticos (litúrgicos, donde se marcan las celebraciones tradicionales de la Iglesia) y, en el sector botánico, un calendario de Flora (el cual ofrece datos de interés acerca de los períodos en los cuales florecen las distintas variedades de plantas).
El calendario escolar, en tanto, anuncia cuáles y cuántos son, en el transcurso del año, los días en los cuales se dictan clases (contemplando los feriados, los fines de semana, las épocas de recesos escolares).
También hay que tener en cuenta que el calendario gregoriano (donde cada año céntuplo o de fin de siglo se considera no bisiesto, con excepción de aquellos que se pueden dividir por 400) se diferencia del calendario juliano (donde se reconocen como bisiestos a los años con numeración múltiplo de cuatro).
Otras consideraciones que diversifican las alternativas de los calendarios:
– Hay algunos que se denominan calendarios perpetuos porque están diseñados de forma tal que los podemos utilizar año tras año, modificando simplemente la combinación de día, mes y año según corresponda.
– Se define como calendario electoral al cronograma donde figuran los tiempos y procedimientos propios del ejercicio y renovación política.