El concepto de trabajo puede abordarse desde múltiples perspectivas. En primer lugar, esta palabra que muchos de nosotros pronunciamos a diario hace referencia al acto y a la consecuencia de trabajar, una actividad generalmente retribuida con dinero que los adultos deben desarrollar para poder subsistir y ganarse la vida.
En otras circunstancias, el término se emplea como sinónimo de la idea de dificultad (“Me costó mucho trabajo destrabar la puerta”) y para hacer mención al sitio o entorno laboral (“Mi mamá todavía no llegó del trabajo”).
En el ámbito escolar, también es frecuente que se lo utilice en reemplazo de ‘tarea’: “La maestra nos mandó a hacer un trabajo sobre la Guerra de Malvinas”, “Debemos reunirnos para terminar el trabajo práctico”.
Ahora que ya hemos logrado una aproximación a las diversas acepciones de este vocablo, resulta interesante contar que conocer las particularidades de cada trabajo en cuestión permite ofrecer mayores precisiones al respecto y clasificar al término de manera adecuada.
Así, entonces, al empleo que se ofrece por un tiempo limitado se lo llama trabajo temporal (o temporero); al que se basa en un contrato por periodos indeterminados se lo suele considerar como un trabajo estable o a largo plazo; al que se realiza contra la voluntad de uno, por obligación, se lo conoce como trabajo forzado o forzoso y al que se lleva a cabo de manera voluntaria sin esperar algo a cambio se lo denomina trabajo ad honorem. Lamentablemente, también existe la categoría de trabajo infantil, aunque en ningún rincón del mundo debería contemplarse la posibilidad de emplear a los niños.