Cuando algo sangra porque se pincha o abre una vena, se habla de sangría. Esta palabra, además, se utiliza para identificar a un refresco logrado con vino tinto, agua, limón, azúcar y otros ingredientes (con variedades que reciben nombres como el de Sangría Nevada o el de Sangría Italiana); para hacer referencia a la salida del agua de un canal o río; para hacer foco en el corte que se realiza en un árbol a fin de que brote la resina; para aludir al espacio que se deja en un texto al comenzar un escrito; para determinar el tono concreto de un color y para identificar al chorro metálico al cual se le da salida en un horno de fundición, por citar otras aplicaciones.
De investigar con mayor profundidad los alcances de este término, es posible encontrar una cantidad considerable de clasificaciones que permiten conocer definiciones específicas para cada tipo de uso del concepto.
Hablar de sangría suelta, por ejemplo, es indicar la presencia de una hemorragia o bien hacer foco en un gasto incesante que carece de compensaciones. Si sólo nos limitamos a analizar la sangría desde un punto de vista tipográfico, en cambio, se podrán reconocer las sangrías normales (las más comunes, donde se deja un espacio en la primera línea al comenzar un párrafo) y las denominadas sangrías francesas o colgantes (poco empleadas hoy en día, de acuerdo a las explicaciones de los expertos en cuestiones de imprenta y escritura, consisten en dejar espacios a partir de la segunda línea de un texto).