El vocablo latino vinum derivó, con el paso de los años, en vino, un concepto que permite identificar a la bebida con graduación alcohólica que se logra a partir de la fermentación de las uvas.
Aunque el nombre genérico siempre es el mismo, los consumidores de esta bebida saben que no todos los vinos son iguales. En su clasificación, según comentan los expertos en cuestiones vinícolas, influyen el modo de obtenerlo, la zona o país de donde provenga el producto (si tienen, o no, denominación de origen) y las características finales de cada uno.
De generarse a partir de uvas albillas, por ejemplo, recibe el nombre de vino albillo, mientras que si es de tonalidad clara (sin importar la intensidad que posea el color) se lo suele llamar vino blanco. Si la coloración es oscura, en cambio, se lo identifica como vino tinto.
Asimismo, hay vinos generosos (aquellos que son más añejos y poseen una graduación alcohólica más elevada que los vinos comunes), vinos aromáticos (grupo de bebidas que incluyen ingredientes poco convencionales, como variedades de yerbas y especias) y vinos rosados (tipo blush, dulzón y de tonalidad rosada o tipo ámbar, logrado a partir de uvas blancas y hollejos), aunque las alternativas no terminan aquí.
Si uno indaga en el universo enológico en busca de mayores precisiones, descubrirá no sólo que hay vinos recomendables para acompañar diversos platos (para las carnes rojas, por ejemplo, son ideales los vinos tintos) sino también que además de los mencionados hay vinos fortificados, vinos espumosos, vinos de postre y vinos desalcoholizados, entre muchos otros.