Todo elemento que sirve para retener (es decir, para inmovilizar o impedir que algo se pierda, desaparezca o tenga movimiento), según se desprende de la práctica y de la definición avalada por el diccionario de la Real Academia Española (RAE), se califica como retenedor.

De analizar piezas dentales, por citar una posibilidad, se podrá identificar a los retenedores intrarradiculares, los cuales refuerzan la zona a reconstruir para minimizar el riesgo de quiebres o lesiones y le aportan firmeza al área en el marco del trabajo de restauración previsto.

Esta clase de retenedores, señalan los expertos en cuestiones odontológicas, pueden segmentarse en función de sus características en los conjuntos de núcleos colados (que pueden desarrollarse por método directo o técnica indirecta) y de núcleos prefabricados (que varían entre sí de acuerdo a su formato, los materiales empleados en su elaboración y en la textura que presentan). Además de estas clasificaciones, es posible identificar a los retenedores termo-formados, a los retenedores fijos y a los retenedores circunferenciales, por citar otros a modo de referencia.

Lejos de este ámbito, es posible hallar como alternativas retenedores de puertas (accesorios que se utilizan por razones de seguridad y que, por ejemplo, se fabrican con propiedades magnéticas y sirven para proteger contra incendios); retenedores de aceite (destinados a los rubros industriales y automotrices); geles retenedores de agua ideales para mejorar la capacidad del suelo y agentes retenedores (actores contemplados dentro del plano tributario), por mencionar otras opciones que le aportan diversidad al concepto y amplían el alcance de esta noción.