La condición de rentable (tal como se califica a una cosa que da ganancias) y la capacidad de rentar (es decir, de generar una utilidad o un beneficio a partir de algo) se define como rentabilidad.

Como se trata de un concepto general, a la hora de aplicarlo se hace necesario indicar el área o marco donde se registra ese logro adicional a partir de una cierta inversión. Por esa razón, a continuación profundizaremos en la noción y mencionaremos las diversas clases de rentabilidad existentes.

Se puede, por ejemplo, evaluar la rentabilidad social de una actividad midiendo el caudal de ventajas por sobre las pérdidas que un servicio o producto posee para la comunidad, a diferencia de la rentabilidad económica, una idea que hace foco en la conveniencia de una actividad o prestación para quien la desarrolla, impulsa o genera. Estos dos conceptos, desde la perspectiva neoniberal, están estrechamente vinculados ya que en un sistema de libre empresa no puede haber rentabilidad económica si no se consigue primero un nivel de rentabilidad social.

La rentabilidad financiera, por su parte, se determina al dividir el beneficio del año tras descontar eventuales intereses por deudas e impuestos por el valor del capital acumulado, y multiplicar el resultado por cien. Para calcular el nivel de rentabilidad financiera previo al pago de impuestos, se debe sumar la cuota correspondiente a lo abonado por dicho concepto. Según los expertos, estos resultados suelen expresarse con porcentajes y sirven para evidenciar cómo una firma invierte los fondos que tiene para obtener nuevos ingresos.