Una hernia, consideran los médicos, es una protrusión de parte de un órgano de la estructura anatómica que, por lo general, la mantiene fija.
Según donde se encuentre esta anormalidad y las zonas del cuerpo humano que afecte, la hernia puede ser definida como de disco (protrusión que se localiza en los espacios intervertebrales y que genera dolor por la compresión de los nervios afectados), de hiato (protrusión que se desarrolla desde la cavidad abdominal al tórax a través del diafragma), inguinal (generada por un punto débil del conducto inguinal), femoral (protrusión del contenido de la cavidad pelviana a causa de la fragilidad de parte del conducto crural), cerebral (aquella protrusión que se produce en un compartimiento craneal por una expansión rápida de la presión intracraneal) o umbilical (protrusión que involucra al peritoneo, epiplón e intestino delgado por un punto débil en el anillo umbilical que se desencadena por un cierre defectuoso de la pared abdominal).
Una vez identificada la hernia, el profesional puede clasificarla en base a su etiología como congénita o adquirida, presentarla en función del tratamiento que requiere como hernia simple o hernia irreductible y evaluarla según su evolución para señalarla como hernia no complicada, hernia estrangulada o hernia obturatriz.
Además, es posible individualizar a cada hernia de acuerdo al contenido del saco herniario. En este contexto, es posible hacer referencia a la hernia de Ritcher (la cual sólo atesora una parte de la pared del intestino y tiende a estrangularse), la hernia de Littré (aquella que contiene un divertículo de Meckel) y la hernia de Amyand (la cual contiene el apéndice cecal).