Cuando una pareja, después de pasar por el Registro Civil para unirse en matrimonio, deja de amarse o uno de los involucrados resuelve, para evitar más conflictos de los que ya tienen, romper el vínculo legal que los une a fin de reanudar sin condicionamientos su vida sentimental, entra en juego el recurso del divorcio.
Quien se quiere divorciar busca que una autoridad competente (un juez) dicte la sentencia adecuada para que se haga efectiva la disolución del matrimonio. A veces, los motivos y las pruebas respaldan y explican la gestión del pedido de divorcio (aunque haya quienes busquen convencer a la persona amada de no romper la pareja y recomponer la relación); otras veces, existe únicamente el deseo de separarse legalmente sin razones de peso.
En cada país, de acuerdo a la legislación vigente, hay muchas clases de divorcio y de trámites para concretar la separación conyugal. En ciertas naciones, por señalar una posibilidad, se puede aprovechar el recurso del “divorcio exprés” para agilizar los tiempos (es suficiente con que una de las partes, tenga o no motivos, exprese su voluntad de disolver la pareja de manera legal), mientras que en otras se apela al divorcio administrativo. El divorcio de mutuo consentimiento o acuerdo (ambas partes conformes con la idea de disolver el matrimonio) y el divorcio judicial contencioso (impulsado por una de las partes por adjudicarle al cónyuge alguna falta entendida como causal de divorcio) son otras alternativas que pueden darse en la práctica.
Entre los causales más comunes de divorcio a escala general aparecen las adicciones de uno de los integrantes de la pareja, el adulterio, el abandono del hogar y la violencia intrafamiliar.