El acto de demoler (es decir, de derribar, deshacer, derrumbar) da como consecuencia una demolición. Se trata de la operación inversa a la construcción ya que la demolición abarca la tarea de tirar abajo lo edificado.
Según qué se necesite demoler y las condiciones del terreno o estructura sobre la cual se trabajará, se puede hacer uso de diferentes sistemas y modos de trabajo.
Cuando se produce una explosión, un atentado o una catástrofe de origen natural a raíz de por ejemplo un terremoto que deja a cierta instalación o infraestructura muy inestable y frágil, con peligro de derrumbe, por señalar una posibilidad, se lleva a cabo una demolición en el marco de un siniestro. La precisión y la delicadeza para desarrollar la tarea son sumamente importantes en este contexto para evitar males mayores.
Hay, asimismo, demoliciones tradicionales destinadas a lograr la conservación en buen estado de medianeras y muros. Para derrumbar sólo lo que se necesita sin ocasionar daños colaterales, en estos casos no se hace uso de maquinaria pesada sino que se apela a técnicas convencionales practicadas por mano de obra especializada.
De existir una situación riesgosa para el personal y necesitarse una demolición a gran escala, entonces se opta por una demolición mecánica, una modalidad donde se utiliza maquinaria pesada operada por expertos, garantizando las normas de seguridad para la zona, los trabajadores, vecinos, etc.
Es posible distinguir, por otra parte, a la demolición submarina, una labor no muy habitual que tiene como fin, por motivaciones civiles o militares, destruir obstáculos que se encuentran bajo el agua ya sean de origen natural o artificial.