El término argumento deriva del latín argumentum y, en la actualidad, posee varias acepciones. Según la Real Academia Española (RAE), no sólo refiere a la explicación que alguien da para demostrar o para convencer de que aquello que se afirma o que se niega tiene un sustento lógico, sino también al contenido de una obra, ya sea literaria, teatral o cinematográfica.
En vocabulario gramatical, asimismo, un argumento es un complemento que está exigido por el significado de la palabra a la cual modifica, mientras que en el campo de la lógica se entiende por argumento al conjunto de premisas que está seguido por una conclusión.
De profundizar en sus aplicaciones para obtener un conocimiento más preciso y amplio acerca de la utilización de este concepto, entonces es posible descubrir las características de argumentos específicos que, a lo largo de la historia, han sido presentados con distintos nombres para identificarlos de acuerdo a sus particularidades.
Gracias a las múltiples clasificaciones, es posible reconocer a los argumentos cosmológicos, a los ontológicos, a los analógicos, a los teleológicos y a los hipotético-deductivos.
De los mencionados, el primero está inspirado en la existencia de Dios y se basa en las ideas de que todo tiene una causa y nada puede crearse o surgir por sí mismo, mientras que los segundos intentar determinar si existe, o no, Dios desde una perspectiva exclusivamente analítica. Los terceros, por su parte, se caracterizan por proponer comparaciones o relacionar varias razones o pensamientos, así como los teleológicos están guiados por la doctrina filosófica de las causas finales. En último lugar quedaron los hipotético-deductivos, unos argumentos que surgen de la aplicación de la lógica empírica.