La cualidad de legítimo (tal como se considera a algo que es lícito y que está acorde a una legislación) se define como legitimidad.

Este concepto, según se deduce de la práctica y se confirma al repasar la teoría, está presente en la ciencia política, en la filosofía y en la teoría del Derecho, dando origen a una amplia variedad de clasificaciones que permiten extender el alcance de esta noción.

Es posible, por ejemplo, que se haga alusión a la legitimidad institucional cuando los gobernantes de un país llegan al poder sin el uso de la fuerza (es decir, por deseo y aprobación de la mayoría de los integrantes de la sociedad) y ejercen sus funciones en un marco respetuoso frente a los reglamentos y principios que rigen la administración pública.

Un sistema político o modelo de organización, en tanto, puede estar respaldado por la legitimidad histórica en función de su pasado o trayectoria, mientras que todo aquello que se adapte a las reglas sociales reconocidas por ley posee legitimidad jurídica. La legitimidad política, en cambio, se logra con el ejercicio del poder.

Por otra parte, es interesante saber que hay legitimidad formal cuando los órganos del Estado se desempeñan de manera acorde al ordenamiento jurídico y legitimidad material cuando los miembros de la comunidad reconocer o aprueban la ley.

La legitimidad hereditaria, la legitimidad moral, la legitimidad cultural, la legitimidad territorial y la legitimidad organizacional son, junto a las descriptas en los párrafos anteriores, otras formas de hacer evidente un aspecto legítimo de algo en diferentes planos o áreas.