El asma es una enfermedad crónica que afecta al sistema respiratorio y provoca crisis de distinta intensidad. Si ese ataque es severo y genera que las vías respiratorias se cierren casi por completo, es posible que el afectado pierda la vida.
Quien padece asma sufre síntomas recurrentes como la respiración sibilante, la falta de aire, la opresión en el pecho y la tos improductiva que, por lo general, se presentan durante la noche o en las primeras horas de la mañana.
Cabe destacar que el asma bronquial afecta preferentemente a personas jóvenes que han experimentado a lo largo de su vida catarros recurrentes o que poseen antecedentes familiares de asma. En estos pacientes, las crisis pueden desencadenarse por el consumo de ciertos alimentos o por el contacto con determinados agentes alérgenos.
Cuando un individuo, cualquiera sea su edad, es diagnosticado con este mal, el profesional que evalúa el caso suele realizar una clasificación del cuadro para poder darle al paciente mayores precisiones sobre lo que le ocurre y, al mismo tiempo, sugerirle el tratamiento más eficaz posible.
De acuerdo a las características que observe el médico, pues, podrá diagnosticar un asma producido por esfuerzos varios, un asma nocturno, un asma ocupacional, un asma alérgico, un asma estacional o un asma inestable (también denominada caótica).
Si los síntomas se manifiestan de forma esporádica y las crisis suelen ser de corta duración, entonces se puede hablar de un asma intermitente, pero si la frecuencia es mayor y se observan distintos niveles de intensidad, se puede estar frente a alguna de las tres variedades del asma persistente (leve, moderada o grave).