La humanidad, segmentada en eras y culturas, siempre ha venerado y creído en deidades. Si uno repasa las características de las religiones y los cultos de cada pueblo podrá reconocer a distintas clases de dioses.
En la Antigua Grecia, por señalar un caso específico, tenían relevancia los dioses olímpicos. De todos ellos, los que más popularidad han alcanzado a lo largo del tiempo, más allá de las fronteras, han sido Zeus, Poseidón, Afrodita y Hera, entre otros.
En el Antiguo Egipto, en cambio, el listado de divinidades incluyó a más de 700 dioses. Si bien, por lo general, se trataba de seres invisibles, de acuerdo a sus creencias tenían la capacidad de encarnarse en seres visibles o constituir el ‘ka’ de determinados animales. Dentro del Imperio Nuevo, los dioses más relevantes fueron Ra, Ptah y Amón.
Al centrar la atención en la mitología azteca, asimismo, aparecen dioses creadores, dioses patronos, dioses venerados de acuerdo a cada circunstancia de la vida y a la profesión desarrollada, y dioses de origen familiar. Las clasificaciones, además, permiten distinguir entre dioses principales, dioses celestes, dioses fenoménicos, dioses acuáticos, dioses asociados al alimento, dioses relacionados a la fertilidad, dioses vinculados a los vicios y dioses nocturnos, entre muchos otros.
Resulta interesante mencionar más allá de las enumeraciones realizadas líneas arriba que, en suelo madrileño, tras la Pascua de Resurrección se organizaba una procesión bautizada como Dios Grande para darle la comunión a la gente enferma. Dios Chico, en cambio, era el nombre de una ceremonia más pequeña para administrarle la comunión a quienes, por sus problemas de salud, no pudo recibirla antes.