Se dice que la debilidad se evidencia en los seres vivos cuando éstos carecen de fuerza, energía o vigor, ya sea a nivel físico como emocional. Esta palabra, además, permite hacer referencia al enorme afecto que se puede tener por alguien y a la pasión que hace que algo o alguien se vuelva irresistible para uno y que condicione por este motivo a la propia fuerza de voluntad. Por ejemplo: “Tengo debilidad por mi sobrina, satisfago todos sus caprichos, no sé decirle que ‘no’”, “Siento una gran debilidad por los postres, no me puedo resistir a ellos”.

Si analizamos las categorías que extienden y diversifican el uso del concepto de debilidad, saldrán a la luz múltiples alternativas con definiciones muy diferentes entre sí.

Es posible, por ejemplo, reconocer a la debilidad muscular que se advierte como consecuencia de una alimentación deficiente, una intoxicación o una enfermedad, por señalar tres de las causas más comunes.

La debilidad abordada a escala general, donde el individuo o animal se ve frágil e inestable, puede ser generalizada o localizada. También puede ocurrir que se trate de una debilidad subjetiva (un cuadro que lleva a la persona a sentir que ha perdido sus fuerzas por tener agotamiento, cansancio y problemas que lo agotan pero sin que ello signifique una pérdida real) o que, en efecto, no se tenga fuerza física y se trate de una debilidad objetiva.

Asimismo, es posible diferenciar a la debilidad progresiva (producto de enfermedades y el inevitable paso del tiempo) frente a la debilidad repentina (que aparece de manera abrupta también como síntoma de una cierta patología pero que no se prolonga con el paso del tiempo).