El acto y consecuencia de delirar se describe como delirio. Esta palabra, de origen latino, también se aprovecha en la vida cotidiana como sinónimo de disparate, locura o despropósito. Los expertos en Psicología, por su parte, hacen uso del término para identificar al estado de confusión que una persona evidencia al actuar de modo incoherente, repetir pensamientos ilógicos y experimentar alucinaciones.
De acuerdo a los expertos, hay pacientes que sufren delirios paranoides. Este cuadro, una especie leve de paranoia, incluye como parte de los síntomas conductas agresivas, egolatría y manías persecutorias. En los casos graves de psicosis, en cambio, se desarrollan delirios mesiánicos, donde el sujeto se cree un enviado de Dios o de un Ser Supremo para erradicar el mal.
El delirio erotomaníaco, en tanto, es un trastorno inusual pero posible que lleva a quien lo padece a convencerse de que alguien de un nivel socioeconómico superior al de él se ha enamorado de él.
El delirio hipocondríaco, por otra parte, es un sindrome caracterizado por la fuerte creencia y una desmedida preocupación en padecer, ante cualquier síntoma menor, una grave dolencia o problema de salud.
Más allá de los cuadros descriptos, también existen los delirios persecutorios, los delirios no patológicos, los delirios extraños (como está considerado, por ejemplo, el delirio encapsulado) y los delirios celotípicos, entre muchos otros.
Diferente es la situación cuando se apunta a alguien por tener un “delirio de grandeza”, ya que esta expresión se reserva a la descripción de actitudes, comportamientos y hábitos de alguien que intenta mostrar un estatus o nivel más alto del que, en realidad, posee.