Diferentes circunstancias de la vida nos llevan a tener que tomar decisiones para resolver una cuestión de la mejor manera posible o bien para llevar a cabo las acciones que más nos favorezcan en cada caso.

Estas tomas de resoluciones surgen a menudo en distintos planos (trabajo, familia, etc), por eso resulta interesante hacer foco en estos procesos y conocer sus detalles con mayor profundidad.

A la hora de evaluar qué variables entran en juego al tener que tomar decisiones hay muchos factores para contemplar, entre ellos los plazos.

Existen, por ejemplo, las decisiones estructuradas o programadas. Se trata de fallos que se adoptan con frecuencia y se reiteran porque son parte de una realidad regular con esquemas preestablecidos. El dueño de una fábrica que tiene a todos sus empleados en regla con la legislación, por ejemplo, no debe hacer cuentas todos los meses para fijar una escala salarial ya que en la decisión de contratar personal ya está contemplada esta obligación regida por valores reglamentados entre las autoridades y los sindicatos.

Se puede, asimismo, tomar decisiones no programadas o no estructuradas, es decir, resolver inconvenientes puntuales con soluciones específicas para dichos problemas. Por ejemplo: un producto recientemente lanzado al mercado no satisface las expectativas de la marca. ¿Qué camino seguir, entonces, para posicionarlo, para entusiasmar a los consumidores, para revertir el panorama negativo?

Por otra parte, es posible hacer referencia a las tomas individuales de decisiones (debo decidir qué carrera universitaria estudiar) y marcar sus diferencias con las tomas de decisiones grupales (a nivel familiar se puede determinar el destino de unas vacaciones, si vender o no la casa de abuelos ya fallecidos, etc).