Más de una interpretación y numerosas categorías se desprenden del concepto de trauma. En esta nota, un repaso por la teoría y un detalle de distintas clasificaciones que diversifican y amplían el alcance de esta palabra derivada de un vocablo griego.

En primer lugar, resulta interesante señalar que este término está relacionado a las heridas o lesiones. Algunas de ellas pueden ser visibles al observar un cuerpo, como ocurre con los traumas físicos (también conocidos como traumatismos, provocados por una caída, un accidente o un golpe, por citar algunas posibilidades), pero otras generan consecuencias sin dar evidencias a simple vista. Estos últimos son los traumas psíquicos o psicológicos, que pueden originarse al atravesar una situación límite, experimentar terror o un miedo intenso, ser testigos de un hecho trágico, etc. Cualquier persona que sea objeto de abuso sexual, por ejemplo, puede evidenciar un trauma emocional profundo.

De padecer estos cuadros a temprana edad, se hablará de traumas infantiles, que si no se los trata en tiempo y forma probablemente influyan y condicionen de modo negativo durante la adolescencia y/o adultez al sujeto que los tuvo.

Participar en un conflicto bélico, asimismo, es otro desencadenante de traumas, en este caso de guerra. Tanto horror y ser parte de una realidad de extrema violencia lleva al individuo a desarrollar, durante y después de los enfrentamientos, un estrés extremo que deja a los sobrevivientes con traumas emocionales de todo tipo.

Quienes realizan actividades deportivas, por su parte, no están exentos de sufrir una lesión o trauma muscular que requiera atención médica.