Los cuadros de angustia, la amargura, el desconsuelo, el dolor y la congoja son signos de sufrimiento, un estado que puede padecer a lo largo de su vida cualquier ser humano, así como también lo pueden experimentar diversos seres vivos.

De acuerdo a quienes analizan esta clase de sensaciones y emociones, es posible diferenciar entre el sufrimiento consciente (que genera una infelicidad notoria y síntomas como el dolor físico y el llanto desconsolado) y el sufrimiento inconsciente (más difícil de determinar por no evidenciarse de manera concreta).

Ya de manera más especializada, se puede hacer referencia al sufrimiento fetal agudo (SFA), un problema que aqueja al bebé ya sea antes o durante el parto y que exige atención urgente; al sufrimiento espiritual (ocasionado por una desestabilización de las creencias de un individuo); al sufrimiento de una cierta especie animal (por los maltratos, las exigencias humanas, las prácticas agresivas y el sometimiento al que son expuestos muchos animales) y al sufrimiento psicológico, por mencionar otras posibilidades.

Claro que, más allá de estas segmentaciones, se pueden agrupar estas realidades según su duración, su alcance y otras variables. En este sentido, es posible hacer referencia al sufrimiento individual (padecido por un único ser, de manera personal) y al sufrimiento colectivo (muchas personas apenadas y/o perjudicadas por una misma causa), así como al sufrimiento crónico (que exige tratamientos en casos de enfermedades crónicas) y al sufrimiento eventual (por hechos puntuales). Una enfermedad terminal, por ejemplo, genera sufrimiento tanto en quien la padece como en su círculo íntimo, mientras que una guerra provoca un gran sufrimiento incluso en personas de diversas nacionalidades que soportan las consecuencias de esa clase de conflictos.