Si bien el concepto de cultura se suele asociar en primer lugar al conjunto de costumbres, conocimientos y hábitos presentes en una sociedad, esta noción también puede aplicarse a ámbitos delimitados y concretos como lo puede ser, por citar un caso, un negocio, institución, asociación, empresa u organización.
Cuando se adapta su significado y se lo destina a la descripción de particularidades propias de una actividad comercial o de rasgos distintivos de una agrupación específica dentro de una comunidad, surge entonces la expresión de ‘cultura organizacional’.
Según sea su poder y área de influencia, su alcance y su estabilidad, esta cultura que nuclea a los valores, las normas, los comportamientos y los saberes de quienes integran la corporación o asociación recibe diversos nombres que actúan como subcategorías dentro de la clasificación mayor.
La cultura organizacional, por lo tanto, podrá ser presentada como una cultura fuerte si todos los integrantes de la firma respetan sus lineamientos y comparten en absoluto los criterios que la rigen, pero será descripta como etnocéntrica si se considera que la cultura adoptada para trabajar y desenvolverse en el grupo es la mejor y más efectiva de todas las culturas posibles.
Más allá de estas denominaciones, se la definirá como cultura corporativa cuando todos sus elementos apunten a crear las condiciones necesarias para generar competencia empresarial y lograr subsistir en el mercado, mientras que será una cultura empresarial por formar los pensamientos y promover una filosofía concreta en los empleados de la compañía.
Otras apreciaciones vinculadas a la cultura organizacional: tiene el poder de estimular y/o limitar las políticas de mando; fomentar valores que acompañen el desarrollo de la institución o empresa en cuestión; ayudar a resolver inconvenientes de un modo específico y a actuar bajo parámetros acordes a las necesidades y expectativas de las autoridades.