Con sólo prestar atención al movimiento de una ruta o a la dinámica de una avenida muy transitada, uno puede llegar a advertir la existencia de toda clase de vehículos. A nivel general se puede distinguir entre motocicletas, coches particulares, camionetas, camiones, bicicletas… pero las categorizaciones no se limitan a estas enumeraciones.

Si buscamos información concreta que sirva para ampliar nuestros conocimientos al respecto, tomaremos conciencia que también existen los vehículos espaciales (usualmente descriptos como “naves”, que pueden ser tripuladas o no), así como otros vehículos terrestres, vehículos marinos y vehículos aéreos.

De querer tener aún más precisiones y apelando al recuerdo de los medios que a diario o de manera esporádica utilizamos para trasladarnos podremos distinguir además a los vehículos que avanzan sobre rieles (como los tranvías, los montacargas); a los vehículos a motor que se desplazan por pavimento (autobuses, camiones y existen asimismo los coches con motor eléctrico que emplean combustible alternativo); a los vehículos para terrenos especiales (tractores, trineos); a los vehículos que se desplazan sobre agua (barcos, canoas); a los vehículos sumergidos (como el submarino); a los vehículos aéreos con motor (como el avión); a los vehículos con hélice (como el helicóptero) y a los vehículos aéreos a reacción (como los cohetes). Por otra parte, se pueden mencionar como alternativa los vehículos de tracción animal, aunque se trata de una práctica que desde hace un tiempo se trata de erradicar a nivel mundial para proteger y respetar a los animales.

Lejos de todas estas interpretaciones aparece la idea de vehículo aplicado al ámbito farmacéutico, donde sirve para hacer alusión a la sustancia que se utiliza en las fórmulas farmacéuticas para que se diluya el preparado hasta alcanzar un cierto peso o volumen.