Las guerras, es decir, los enfrentamientos, las luchas, los conflictos bélicos y los combates no deberían existir pero, lamentablemente, hay muchas clases de guerra que desde tiempos remotos atentan contra la paz en diversos rincones del mundo.

Frente a este concepto podemos diferenciar entre enfrentamientos que provocan tragedias al dejar víctimas fatales y destruir el planeta y otros que no implican la muerte de nadie sino una rivalidad por diferentes motivos.

Una guerra civil que enfrenta a habitantes de un mismo lugar es tan dañina como una guerra fría que opone a dos países o grupos de naciones. Una guerra de espuma, en tanto, es un juego que entretiene a grandes y a chicos en especial durante la época de carnaval, cuando la diversión pasa por “dispararle” espuma a la gente que está alrededor de uno, por supuesto sin llegar a la violencia.

La guerra de precios que surge por la rivalidad entre al menos dos empresas que pelean por quedarse con la mayor cantidad de clientes posible es otra modalidad que no gira en torno a muertes, así como lo es dentro del ámbito artístico la guerra de elencos que, cada temporada, tiene lugar entre los integrantes de obras teatrales que buscan llenar sus respectivas salas. Algo similar ocurre con la llamada guerra por el rating en televisión.

No sucede lo mismo cuando se emplean armamentos atómicos para dar origen a una guerra atómica (o nuclear) ni cuando se apela a armamento biológico para desencadenar una guerra biológica. Tampoco cuando los productos químicos adquieren protagonismo en el marco de una guerra química.

La guerra santa, por su parte, se caracteriza por tener motivaciones religiosas y es una muestra más de la gran cantidad de variantes que admite la idea de guerra.