Cuando alguien pide prestada una cierta suma de dinero a una persona física o a una entidad y no la devuelve en tiempo y forma, contrae una deuda. Hay, en la práctica, una gran cantidad de categorías vinculadas a esta palabra, incluso permitiendo que el término trascienda la cuestión monetaria.
En primer lugar, es posible distinguir a las deudas públicas (a nivel Estado) y a las deudas de carácter privado (que involucran a un individuo en particular por sus decisiones particulares).
Asimismo, existen las deudas amortizables (aquellas del Estado que se amortizan en los plazos que prevé la legislación), las deudas consolidadas (son deudas públicas con carácter perpetuo), la deuda exterior (de carácter público, se abona fuera del país con divisa extranjera), la deuda interior (deuda pública que se cubre, con moneda nacional, en la nación de origen), las deudas flotantes (aquellas que pueden incrementarse o disminuir a diario porque no están consolidadas y poseen vencimientos a término fijo) y las deudas tributarias (de acuerdo a los expertos en Derecho, son aquellas que surgen a partir de la liquidación tributaria).
Lejos de estas clasificaciones, aparecen expresiones que amplían el alcance práctico de la noción, tal como sucede con las deudas morales (aquellas que abarcan compromisos que deben saldarse por cuestiones de ética y moral), las deudas jurídicas (en las cuales la parte deudora está en falta frente a la acreedora) y la deuda antropológica (en una sociedad primitiva, el jefe o líder está en deuda con la comunidad por darle confianza, prestigio y poder). En un marco informal, además, alguien puede sentir que está en deuda con alguien o algo por no haberle dado todo de si mismo. Por ejemplo: “Siento que estoy en deuda con la gente, esperaban mucho de mí en la selección y creo que no logré satisfacer sus expectativas con mi desempeño”.