La contaminación es el resultado del acto de contaminar, una acción que se caracteriza por la alteración nociva de la pureza o las condiciones normales de un objeto o medio a través de agentes físicos o químicos.
En función del entorno contaminado y las fuentes utilizadas para provocar daños en el ambiente, se pueden reconocer distintos tipos de contaminación.
Una de las clases más difíciles de controlar es la contaminación atmosférica, la cual se produce por la llegada de químicos y gases contaminantes a la atmósfera, pero también es grave la contaminación de la naturaleza que surge por la acumulación de residuos y basura en regiones industrializadas o en proceso de urbanización.
La contaminación lumínica, por su parte, está determinada por el exceso de luz e interferencia astronómica, mientras que se define como contaminación acústica al conjunto de sonidos de alta intensidad y al nivel elevado de ruidos generados, entre otros, por los medios de transporte.
Los derrames de sustancias tóxicas o las filtraciones que repercuten en la tierra, asimismo, son responsables de la contaminación del suelo, así como los materiales y productos radioactivos producen la llamada contaminación radiactiva.
Como resulta evidente, son varias las formas y las situaciones que afectan de modo negativo al entorno, pero, lamentablemente, el listado no termina aquí porque también hay casos registrados de contaminación térmica (impulsada por la influencia del ser humano al promover cambios en la temperatura de un cuerpo de agua), de contaminación visual (fácil de reconocer en carreteras y avenidas repletas de carteles o vallas publicitarias que distraen y repercuten en el campo visual), de contaminación hídrica (producida por residuos y tóxicos que drenan hacia los ríos y océanos y penetran en las capas subterráneas), de contaminación genética (transferencia descontrolada de material genético en una población salvaje) e, incluso, de contaminación electromagnética (surgida a raíz de las radiaciones emanadas de equipos electrónicos).