Una de las máximas tentaciones que tiene una persona a lo largo de su vida, así como uno de los mayores placeres, es el chocolate.
Este irresistible producto a base de azúcar y cacao admite infinidad de usos, elaboraciones y combinaciones. Solo, con relleno, para cubrir una torta o pastel, en tableta, en polvo, en rama, como pasta para masajes, como sabor de helado (las cremas heladas proponen desde el chocolate clásico hasta el chocolate con almendras o avellanas, el chocolate nevado, el chocolate suizo, etc), con formas de animales u objetos (hay medallas de chocolate, conejos de chocolate, cámaras fotográficas de chocolate, etc), aprovechado para realizar esculturas de gran tamaño… Existe un mundo de chocolate por descubrir: incluso, su historia y sus aplicaciones han dado origen a museos dedicados al chocolate.
A nivel general, es posible distinguir sin mayores esfuerzos al chocolate negro (el más amargo de todos) frente al chocolate blanco (aunque en este último caso no es específicamente chocolate ya que no se utiliza la pasta de cacao en su fabricación). También existe el chocolate con leche y las barras “marmoladas” logradas a partir de la combinación del chocolate negro o con leche y chocolate blanco.
Cuando buscamos más precisiones sobre esta delicia que nos permite preparar una bebida caliente, bombones, bizcochuelos, diversos postres, huevos de Pascua, una fondue y muchas otras exquisiteces encontramos también al chocolate cobertura, al chocolate para taza y al chocolate relleno (con licor, frutas, cereales, dulce de leche, etc), por mencionar otros a modo de referencia.