Cuando alguien comenta que padece una cefalea hace alusión, básicamente, a un dolor de cabeza. Este síntoma puede desencadenarse a cualquier edad por un gran número de circunstancias, por eso resulta interesante informarse al respecto para poder clasificarla de manera adecuada.
La mayoría de las personas, a lo largo de su vida, experimenta una cefalea primaria de intensidad variable. La cefalea tensional (originada como consecuencia de un cuadro de estrés, de una contractura muscular o de un ataque de nervios), la cefalea benigna por tos, la cefalea hípnica (suele desencadenarse mientras el individuo duerme), la cefalea vinculada a la actividad sexual (según cuándo se sufra, puede definirse como orgásmica o pre-orgásmica) y la cefalea en racimos (también denominada cefalea histamínica, cefalea en acúmulos o cefalea de Horton) son parte de este conjunto.
Las cefaleas secundarias, por su parte, se enmarcan en una patología concreta. Las alternativas analizadas por los expertos en cuestiones de salud abarcan a las cefaleas asociadas a trastornos vasculares cervicales o craneales, a las cefaleas vinculadas a traumatismos craneoencefálicos, a las cefaleas atribuidas a trastornos intracraneales no vasculares, a las cefaleas asociadas a trastornos psiquiátricos, a las cefaleas desencadenadas por una infección, a las cefaleas relacionadas a una cierta sustancia o a su supresión y a las cefaleas correspondidas con un trastorno de la homeostasis.
Claro que, más allá de estas categorizaciones, es posible diagnosticar otras clases de cefaleas, como la que ocurre ante estímulos fríos (un helado, por ejemplo) y la llamada cefalea por neuralgia del trigémino, por describir dos a modo de referencia.