Cuando se logra un caudal importante de bienes, valores, capitales o de cualquier otro elemento o atributo que engrandece un estado o magnifica una realidad, se habla de riqueza. Se trata, pues, del antónimo de pobreza, una palabra que inspira escasez o carencia de recursos, virtudes o de cualquier otra cuestión.
Si bien es usual mencionar el concepto ante la acumulación de una cifra elevada de dinero (“La riqueza del admirado artista ronda los 90 millones de dólares”, “Estas medidas socioeconómicas apuntan a redistribuir la riqueza”), no siempre la fortuna se mide con parámetros monetarios. De profundizar al respecto y analizar las aplicaciones prácticas de esta noción, no se tardará en advertir la existencia de riquezas espirituales (“La riqueza espiritual no tiene precio”), riquezas biológicas (“Es una nación de gran riqueza biológica”), riquezas ecológicas (“La mayor riqueza ecológica se atesora en el país vecino”), riqueza de minerales (“La empresa busca explotar la zona por la riqueza de minerales concentrados allí”), riquezas imponibles (“Es necesario volver a calcular los índices para saber cuál es la riqueza imponible del municipio”), riquezas genéticas, riquezas geográficas y riqueza de vocabulario, entre muchas otras alternativas.
Como se trata de un vocablo que da idea de abundancia de algo, es posible adaptarlo a múltiples contextos y expresiones: de ahí que puedan identificarse numerosas clases de riquezas, cada una con particularidades propias.
A nivel turístico, por ejemplo, una ciudad, localidad o país puede promocionarse en función de sus riquezas históricas, naturales o culturales, mientras que desde el plano de las Letras se puede hacer foco en las riquezas literarias o lingüísticas de una región.