Las entidades bancarias suelen ofrecer distintas clases de créditos para que sus clientes tengan acceso a múltiples opciones en materia de financiación y elijan, en función de ello, la alternativa que les resulte más conveniente.
Uno de los productos más populares al respecto es el llamado crédito hipotecario, el cual se concede para la adquisición de inmuebles, terrenos o bien para la construcción de viviendas y, por lo general, contempla un máximo de veinte años para ser saldado. A modo de garantía, la entidad que lo otorga hipoteca el predio o propiedad.
Por supuesto, los bancos también proponen planes más sencillos y a menor plazo para quienes necesitan disponer de dinero inmediato. Se trata de los créditos tradicionales, préstamos personales que no pueden superar un determinado límite y que se saldan a través de cuotas a convenir.
Otro tipo de crédito bancario existente es el denominado pignoraticio, el cual se caracteriza por tomar como garantía un objeto de valor, entre los cuales pueden considerarse las obras de arte y las joyas.
El crédito territorial, por su parte, es una modalidad que se destaca por exigir como garantía un bien de naturaleza real, tal como se consideran los bienes inmuebles. Si bien está vinculado al mercado hipotecario, esta clase de préstamo puede generarse de modo específico y tener condiciones estipuladas por la propia entidad que lo ofrece.
El crédito revolvente (asociado a las tarjetas de crédito), el crédito de consumo (ideal para comprar bienes o pagar servicios), el crédito comercial (destinado a empresas de distintos tamaños) y el denominado crédito consolidado (préstamo que unifica todos los créditos gestionados) son otras opciones que enriquecen al universo de los créditos bancarios.