Quienes ocupan cargos gerenciales o se encargan de administrar una empresa, saben que deben apelar a diversas técnicas y procedimientos para tener éxito. El mercado actual es muy competitivo y sólo las compañías dirigidas por personas que se capacitan y se actualizan de manera constante logran subsistir.
Una herramienta que, si bien no es nueva, creció mucho en los últimos años, es el benchmarking. Este concepto refiere a un proceso que implica considerar un cierto parámetro (conocido como benchmark) como base para compararlo con diversas variables de una empresa. El benchmark puede ser un servicio o un producto que ofrece una firma líder, ya que la idea es que lograr aprender o copiar sus metodologías y formas de trabajar.
Es posible distinguir entre varios tipos de benchmarking. Cuando la comparación se establece con otras compañías o incluso con otras industrias, se lo denomina benchmarking general. Su finalidad es que quien pone en marcha este procedimiento descubra prácticas ajenas para poder ponerlas en práctica.
Algo similar ocurre con el benchmarking funcional, aunque la comparación se enfoca a competidores. El benchmarking interno, en cambio, se realiza puertas adentro de una corporación: el gerente puede analizar la operatoria de la empresa en distintos sectores para comparar los funcionamientos y saber cómo puede potenciar aquellas áreas más rezagadas en cuanto a eficiencia o productividad.
Más allá del nombre que se le otorgue al benchmarking, lo importante es saber que puede contribuir a aumentar el conocimiento sobre productos, servicios, metodologías de trabajo y desempeños de una organización. Por eso también puede clasificarse al benchmarking en tipos como benchmarking de procesos, benchmarking de desempeño, etc., según su orientación.