Como abono se entiende tanto la acción y el efecto de abonar, como así también a la sustancia que, desde tiempos remotos, se utilizan para abonar la tierra y a cada uno de los pagos parciales que se realizan para acceder a un servicio u objeto a plazos variables.
El abono que se utiliza para mejorar la calidad del suelo y favorecer así a las plantas arraigadas en él se considera un producto fertilizante. Estos materiales pueden ser de tipo orgánico o mineral.
Los primeros pueden ser de procedencia animal o vegetal, o resultado de una síntesis. Se trata de una clase de fertilizante que permite aprovechar los residuos orgánicos provenientes de mataderos o lodos de depuración de aguas, mejora la capacidad del suelo para absorber agua y suele requerir menos energía, aunque también pueden ocasionar eutrofización, ser fuentes de patógenos si no se los trata de forma adecuada y tener un valor más elevado que los inorgánicos.
Los abonos minerales (entre ellos el yeso, la cal, el fango de los estanques y la argamasa), en cambio, surgen a partir de la explotación de yacimientos naturales o de la producción de la industria química.
El abono líquido (agua de estiércol, orina de animales), el abono foliar y el abono verde son otras variedades de este producto que también puede ser descripto como abono simple (cuando sólo posee un fertilizante principal y se lo puede identificar como nitrogenado, fosfatado o potásico) o como abono compuesto (si en él existe más de un nutriente principal).