Cuando una persona está internada en una clínica u hospital recibe a diario una alimentación que varía según la condición y la patología de cada paciente. Para proporcionar detalles acerca de este tema, hoy vamos a centrar la información en las dietas hospitalarias.
De no haber restricciones específicas, se opta por una dieta basal que garantice de manera nutritiva y energética las cuatro comidas diarias, es decir, desayuno, almuerzo, merienda y cena. Si bien habrá productos restringidos que varían de acuerdo al estado del individuo, por lo general se combinan cereales, lácteos, hortalizas, legumbres, carnes, frutas y verduras. La sal puede incluirse de forma moderada o eliminarse en función del panorama clínico.
Distinto es el caso de la dieta líquida, que se ofrece cuando el paciente no está en condiciones de ingerir sólidos, ya sea por un problema físico o recomendación médica tras una intervención quirúrgica. Las infusiones, los zumos y los caldos son parte de este menú.
Dentro de las dietas hospitalarias más comunes también se incluyen las alternativas de dietas semi-blandas (líquidos y sólidos blandos de bajo contenido en fibra y grasas, como la compota, la carne magra, el queso blando, etc) y de dietas blandas (cuando se registra una intolerancia a la dieta sólida habitual y se busca una alimentación de fácil digestión).
Más especiales y con mayores recaudos al seleccionar el menú son las dietas desarrolladas para proteger la zona gástrica, las dietas a base de fibra para estimular los intestinos, las dietas destinadas a diabéticos, las dietas cardiosaludables y las dietas tanto hiper como hipoproteicas, por señalar otras posibilidades a modo de referencia.