Un despido es consecuencia del acto de despedir (o echar) algo o a alguien. Este término suele estar por lo general muy relacionado al ámbito laboral pero, asimismo, se utiliza en otros ámbitos y asociado a distintas clases de cuestiones.

En el marco de un empleo se pueden reconocer, a grandes rasgos, despidos procedentes (aquellos que se ajustan a los tiempos y formas planteados por la legislación vigente en cada país) y despidos improcedentes (cuando no están adecuados a la ley). Hay, además, despidos masivos (cuando una empresa deja sin trabajo a mucha gente a la vez), despidos nulos (si se indica como excusa una causa que la legislación invalida), despidos por cláusulas (régimen más común en la esfera pública que en el ámbito privado), despidos por fuerza mayor, despidos regulados (el sistema más común a escala internacional) y libres despidos (genera rechazo por no ofrecer garantías de seguridad laboral al trabajador). Las razones a la hora de fundamentar un despido son varias, algunas más creíbles y aceptadas que otras, como sucede al plantear la necesidad de achicar el personal para reducir gastos, el mal desempeño de las funciones del empleado despedido, etc.

Más allá de esta aplicación concreta del vocablo, es posible encontrar otras modalidades de uso. “Me despido de ti con un abrazo a la distancia y el deseo de verte pronto”, puede llegar a leerse en una carta o, en una consulta médica, un paciente le puede explicar al profesional: “Doctor, estoy preocupado porque desde hace varios días despido sangre por la boca”.