Todo lo que tiene la capacidad de tranquilizar, es decir, de calmar, apaciguar o serenar, puede definirse como tranquilizante. Si bien en muchas circunstancias puede aprovecharse este adjetivo, el uso más común de este término, como sabrán muchos de ustedes, guarda relación con una clase de medicamento.
Los tranquilizantes, desde un punto de vista terapéutico, son preparados químicos que los profesionales de la salud aconsejan a ciertos pacientes para minimizar sus niveles de ansiedad, favorecer la relajación, combatir la depresión, etc. Estos fármacos que también se mencionan como sedantes deben ser administrados con responsabilidad y respetando las dosis recomendadas por el médico ya que una sobredosis o una ingesta inapropiada puede generar graves consecuencias e incluso terminar con la vida de la persona.
A modo informativo, es importante tener presente que existen diferentes clases de tranquilizantes que se recetan por sus efectos antidepresivos, remedios que entran dentro del conjunto de los barbitúricos y otros nucleados en el grupo de la medicación psicotrópica conocida como benzodiazepina (donde aparecen fármacos como el diazepam, una droga muy recetada por estos tiempos).
Asimismo, es posible identificar sedantes de las familias Antihistamina, Imidazopyridina, Pirazolopirimidina y Antipsicóticos. Dentro de esta última categoría aparecen tranquilizantes más pesados o fuertes que otros, siendo los más comunes la Clorpromazina, la Loxapina y el Haloperidol.
En casos donde se requiere una alternativa natural para generar tranquilidad y favorecer la relajación del cuerpo y la mente, se utilizan sedantes de hierbas como la valeriana, la passiflora incarnata y el tilo, por mencionar algunos ejemplos.